miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cacería Mutua

Primer Relato oficial creado por el escritor Miguel Marín para Macroproducciones, en relación a los relatos de las historias de la Saga Crónicas de Sangre, llamado "Cacería Mutua".

Protagonistas Principal de la Historia; David, secundarios; Baren, Jonathan, Dimitry y Jacques.

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Preludios de las Crónicas de Sangre

CACERÍA MUTUA

 

La vida es lucha

   Eurípides de Salamina


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Ciudad real, TRES de febrero 2008
Hacía dos horas que el sol se había puesto, y en ciudad real había cierta conmoción cuando los medios de comunicación informaron de un incendio en un edificio abandonado, en donde hubo varias víctimas mortales que todavía no fueron capaces de identificar, posiblemente unos vagabundos.
Entre los dedos de Baren estaba el periódico local con la noticia en la portada. Estaba molesto, porque sabía quien era el responsable. Por suerte, el fuego terminó con las pruebas.
Las puertas de su salón se abrieron, llamando la atención del príncipe de la ciudad. Era Jonathan, que avanzó hasta quedarse en el centro de la sala como era costumbre, y con una expresión algo inquieta.
—Señor… —saludó Jonathan con respeto a su señor.
—Creo que te pedí que trajeras a alguien.
—Estoy aquí —dijo una tercera voz desde la puerta, y fue cuando David apareció y se puso al lado de Jonathan. Tenía el mismo aspecto de siempre, salvo por algún que otro agujero en la ropa y manchas resecas alrededor.
Baren le examinó de arriba abajo, e hizo un gesto para que se aproximara. En cuanto estaba lo bastante cerca le dijo que se sentara, de una forma tan fria como autoritaria. A continuación, giró el periódico y se lo ofreció al anarquista para que lo examinara.
—¿Qué tienes que decir, David? ¿No tenías bastante con dar palizas y ahora te dedicas a prender fuego a edificios?
David era muy consciente de que el príncipe no le tragaba, los de su clase no le gustaban. Aun así no se amilanó, se mantuvo firme.
—Puedo explicarme… “señor” —era evidente que la palabra señor le sonó muy forzada, y aquello le hizo arrugar la frente. Jonathan fue el primero que le dijo que tenía motivos, y confiaba en su criterio, pero la confianza en David era algo totalmente distinto. Sin embargo, estaba dispuesto a darle una oportunidad.
—… Si crees que puedes… Te escucho.
Entonces, tratando de ser lo más conciso posible, explicó lo que sucedió.
—Todo comenzó a las once de la noche de ayer, cuando recibí una llamada…
La noche anterior, él estaba en su segunda casa. El aire del Pony Pisador tenía ese olor que caracteriza a cualquier bar de moteros, una mezcla de humo, alcohol y cuero a la que estaban acostumbrados los vampiros como él, aunque no bebiesen. Sus colegas humanos a veces se cachondean un poco de él por no beber, pero David ya había lisiado unos cuantos brazos contra el borde del barril de cerveza, por lo que había mucho respeto. Y de vez en cuando tentaba a alguna de las muchachas embutidas en cuero invitándolas a una copa.
Por los altavoces se escuchaba “kickstart my heart”, un clásico que le encantaba a la mayoría de la clientela, pero a él particularmente le daba igual, no estaba ahí por la música.
Notó el móvil vibrar en su bolsillo, y sintió la tentación de cogerlo y lanzarlo contra la pared, justo en ese momento estaba a punto de conseguir beber algo. Tuvo que disculparse y salir a la calle, allí dentro no se oía nada salvo la música y los berridos de los borrachos chocando las jarras.
Sacó el móvil del bolsillo y en la pantalla se leía “CARLOS”.
¿Qué querrá el loco este? —pensó y se llevó el teléfono a la oreja. Conocía bien a Carlos, era de su misma clase, solo que un poco más casero y sedentario. También tenía fama de pesado y excéntrico, pero esta vez se había superado.
—“David.”
—Espero que sea importante, Carlos, me has pillado en…
—“Escucha, no tengo tiempo, ¡tienes que ayudarme!”
Eso era nuevo, era la primera vez que le llamaba sin saludar, ni hacerse el chulo ni diciendo alguna gilipollez, y el tono de su voz era nervioso. Había ruido de fondo, pero no conseguía distinguir qué era.
—Pero… ¿qué te pasa?
—“Me están siguiendo, joder, ¡han matado a Chris!”
David parpadeó un par de veces, algo que había perdido como costumbre. No era una broma, el ruido de fondo era él corriendo y el sonido de los coches pasando a su lado y pitando.
—¿Dónde estás?
—“ Cerca de la Plaza Mayor, unos tipos en una furgoneta me persiguen.”
Si por algo se caracterizaba David era por mantener la cabeza fría en los momentos serios para no cagarla a la hora de la verdad. Conocía esa zona, cerca de allí había varios sitios donde esconderse facilmente. Empezó a caminar, acelerando el paso hasta estar casi corriendo en dirección a su coche.
—Intenta llegar hasta el Parking subterráneo, escóndete donde sea hasta que llegue, voy para allá.
Cortó la llamada justo al meter la llave en el contacto y quema el asfalto cuando inicia la marcha. No importaba que fuese un inútil o un pesado, no dejaría que uno de los suyos muriera sin hacer algo al respecto. Uno de los rasgos de su gente era la camaradería, sobre todo cuando no tenían el apoyo de las autoridades. Baren solía desentenderse de los anarquistas.
Torció una calle a la derecha y pulsó un número de teléfono. Era de los pocos con presencia ante los mandamases que podía ayudarle, pero cuando saltó el buzón de voz de Jonathan se le crisparon, se sintió tentado de reventar el teléfono de un apretón.
—… Jonathan, es urgente, están matando a mi gente, ¿dónde coño estás?
Le quedaba una opción que no le atraía en absoluto, hacer las cosas por su cuenta y a su manera, procurando actuar sin que le cogiesen. Solo esperaba no llegar tarde.
Carlos corría como podía, cojeando por una saeta en el muslo y otras dos más en la espalda. Logró esconderse detrás de uno de los coches, pero sabía que le habían visto entrar allí, no tardarían en encontrarle.
Esos cabrones usan ballestas, ¿pero quién cojones son?
Agarró la flecha de su muslo y apretó los dientes mientras intentaba sacarla, en un esfuerzo por no gritar y delatarse. Fue en ese momento cuando la furgoneta de esos tipos pasó cerca de allí. Faltó poco para que las linternas alumbrasen a donde estaba él de no ponerse detrás de un maletero a tiempo.
Se quitó el virote de la pierna y se asomó de nuevo, la furgoneta había pasado de largo. Esos tipos parecían preparados, o al menos sabían lo que hacían. El motivo por el que los policías no estaban brincando como liebres por ahí era que las ballestas no eran tan ruidosas como un arma de fuego. Contó cuatro tipos cuando les vio por primera vez, todos con pasamontañas improvisados para cubrirse bien la cara y con las armas bien apoyadas contra el hombro. Lo que le daba miedo era que ahora él era la presa.
Se asomó un momento, tenía que ganar tiempo mientras David llevaba. Desde allí podía acercarse a los servicios y esconderse mientras tanto.
Pasó semiagachado de coche a coche, lentamente para no hacer ruido, pero cuando iba a pasar al cuarto coche, una flecha se clavó en la pared de su lado, a dos centímetros de su cabeza. Se puso a correr en una mezcla de instinto y terror, mientras las flechas llovían detrás de él. Entonces otro de ellos apareció a cinco metros delante de él y disparó, dándole en el hombro izquierdo y haciéndole caer al suelo casi boca abajo. Intentó escabullirse, pero ya le tenía casi encima listo para volver a apretar el gatillo.
Fue una reacción instintiva, casi visceral, Carlos dio una zancadilla al cazador desde el suelo haciéndole caer de espaldas, y se abalanzó sobre él arrancándose la flecha y usándola como puñal contra él. Se la clavó repetidas veces en el pecho y en el cuello mientras le oía gritar, poseído por esa furia animal.
Furia que se terminó cuando recibió una lluvia de flechas a la espalda, se había olvidado del primer cazador. Intentó huir, pero apenas podía mantenerse en pie, salió de su cobertura de coches y corrió, pero volvió a recibir otra ráfaga de flechas que lo tumbaron.
Su cuerpo se quedó tirado en el suelo, espasmódico, apenas tenía fuerzas para girar la cabeza y verle de reojo, pero con eso solo consiguió mirar con odio cómo recargaba el arma y le apuntaba a la cabeza. También podía ver a la furgoneta aparecer y frenar junto a ellos, pero el tipo de la ballesta estaba centrado en él.
—Puta sanguijuela…
Es lo último que dijo cuando estaba a punto de terminar, cuando alguien bajó de la furgoneta, desvió su arma hacia el techo, y agarró su cabeza con fuerza para después partirle el cuello de un tirón.
David se arrodilló junto a Carlos, mirando las flechas de su espalda, parecía un alfiletero ensangrentado, pero seguía vivo.
—Te dije… que tardaras poco —le recriminó, siendo apenas capaz de hablar.
—¿Y tú que entiendes por esconderte, maldito loco? —preguntó, observando sus heridas. Todavía podía salvarse, pero tenía que alimentarse. Por suerte, tenían de donde sacar sangre justo ahí.
Sin demasiado esfuerzo cogió del cuello de la ropa al cadáver con intención de acercárselo a Carlos, pero cuando lo hizo algo se rompió debajo. Después de mirar que es, sacó una cadena rota que tenía algo colgando. Una cruz, era una cruz de oro.
—… Oh, Mierda.

En este punto del relato, David apretó un poco los labios, con la mirada baja y fija en la madera de la mesa de Baren.
—Entonces empecé a atar cabos. Humanos con ballestas y cruces, matando vampiros con virotes de madera, una lista de objetivos dentro de la furgoneta…
Baren asintió, con los dedos de sus manos entrelazados, entendía muy bien la forma de pensar de David, todos eran indicios del estilo de los cazadores.
—Continua.
El joven asintió y reanudó la historia.
—Aun con todo esto, pensé que lo primero era deshacerse de las pruebas…
David evitó el dejar pruebas metiendo los cadáveres en la furgoneta y ayudando a Carlos a entrar. Ya le quitaría las flechas cuando estuviesen a salvo y lejos de allí, y de camino podría alimentarse, reponer fuerzas.
En la parte de atrás, solo quedaba uno de los cazadores vivo, atado de pies y manos y con una cinta en la boca. La idea no era matarlos a todos, para los demás era una cuestión de “o tu o yo”, pero necesitaba a uno que le diese explicaciones.
Media hora más tarde ya estaban en un descampado, lejos de inoportunos mirones. Descorrió la puerta lateral del vehículo y se metió en la parte de atrás. No tardó demasiado en saber los detalles. Según aquel tipo, se habían instalado hacía unas semanas en un edificio abandonado, unos pisos que no se terminaron de construir por falta de fondos y así se quedó, como hogar para los vagabundos… hasta hace poco.
Preguntó el por qué de trasladarse allí y respondió señalando la lista, sin embargo no consiguió mucha información sobre ella, el cazador le dijo que solo el jefe conocía a la fuente que se la suministró.
Entonces se fijó en la lista, que por si sola le hizo darse cuenta de algo. Todos eran objetivos del escalafón más bajo o anarquistas, y su nombre estaba en ella, pero no aparecía ningún nombre de clase alta.
Empezaba a confundirse, era un poco torpe para los acertijos, pero era consciente de que no podía quedarse ahí parado, la noche no es muy larga, así que optó por lo más importante, deshacerse de las pruebas.
Necesitaría la ayuda de alguien para ello, lo que era un motivo más para ayudar a Carlos con sus heridas. Cuando lo hizo, le dio un poco de tiempo para que se recuperara, y después le contó el plan. Conducirían hasta su coche para cogerlo, y mientras Carlos le seguiría con la furgoneta hasta el rio, en donde la hundirían junto a los cadáveres.
Su compañero se sintió conforme y le ayudó, pero a lo largo del trayecto, David no hacía más que darle vueltas al asunto de la lista. ¿Por qué cazar solo a los menos significativos? No tenía ningún sentido…
Volvió a teclear el número de Jonathan, y le cabreó bastante que saliera de nuevo el contestador.
¿Dónde cojones estará? Apostaría lo que fuese a que está lamiéndole el culo a…
Entonces la clave cayó en él con la fuerza de un yunque. Se había respondido a si mismo y casi no se dio ni cuenta.
Baren, la respuesta era Baren.
¡Pues claro!, el objetivo de los cazadores no había cambiado, solo que habían optado por empezar por algo. Era como un plan de acción policial contra una red de narcotráfico, iban desde los drogatas a los proveedores y de ahí a la fábrica, solo que ahora jugaban con el poco interés que mostraba el príncipe hacia los anarquistas. Que desapareciesen uno aquí y otro allá no sería importante, pero al momento de la verdad Baren no podría recurrir a ellos y tendría a los cazadores encima. Irían en progresión hasta el príncipe.
Todo aquello le demostraba también una cosa, que el príncipe no se molestaría en ayudarles sin un buen motivo como lo son los cazadores. Y si Jonathan no contestaba… entonces estaba solo en esto.
Cuando la furgoneta se estaba hundiendo en el rio y ellos retomaban el camino de vuelta, le dio a Carlos la lista para que avisara a todos los involucrados, mientras él se ocupaba del resto.

Tardó casi una hora en encontrarles.
Tras pasar despacio por delante de aquel antro, aparcó su coche dos calles más atrás para asegurarse. Era exactamente como el cazador dijo, un escondite perfecto, en donde no tendrían dificultad para echar a los ocupas, un lugar oculto a las autoridades. Lo que significaba que la policía tardaría en darse cuenta si llegase a pasar algo.
Era lo bastante tarde como para que no hubiese nadie por la calle, y empezaban a ponerse nubes bastante feas, puede que fuese a llover esa noche. Desde luego no sería un problema, a decir verdad, le vendría bien. David se puso la capucha de su sudadera y salió del coche. No se molestó en echar la llave, porque sabía que no tardaría demasiado, independientemente del resultado.
Caminó deprisa sobre el suelo adoquinado, calle abajo para llegar a ese cubil de ratas y con su escopeta oculta bajo la chaqueta.
Aquel sitio no era ningún hotel, el portal estaba entreabierto y con la cerradura rota, y al pasar la cosa era peor. El lugar era frio, descuidado. Las paredes que no tenían grafitis tenían el yeso desprendido, lo más limpio que había sobre el suelo era el polvo, y las luces amenazaban con fundirse con aquel tintineo (lo que le decía que era el lugar correcto, en qué refugio de tirados los vagabundos podían pagar la luz?)
Una de las puertas del pasillo al fondo del portal se abrió, y David apenas tuvo tiempo de esconderse tras el muro que hacía esquina con el mismo pasillo. A punto había estado de cagarla, cuando de primeras su intención era ir tranquilo y despacio, no como un kamikaze.
Podía oírle acercarse, su paso no era ni acelerado ni demasiado lento (no le había visto). Esperó pacientemente hasta que se puso a su altura, y le encañonó con la escopeta en la cabeza antes de que reaccionase.
—Un grito y te taladro la cabeza —dijo con voz baja y separándose un poco de él. El cazador se quedo muy quieto y el cigarro se le cayó de la boca—. De rodillas, tira el arma, y las manos a la nuca.
El tipo hizo caso y se descolgó la ballesta, para arrojarla un par de metros más allá.
—¿Dónde está el resto? —le preguntó, y ante su silencio, apoyó con mas fuerza el cañón del arma contra la sien—. No pienso repetirlo.
—Que te jodan.
Perdió el sentido de un golpe con la culata del arma, no iba a perder el tiempo con un inútil. Recordó la puerta por la que salió y decidió ir por ella, y cuando se acercó lo suficiente pudo leer en la parte de arriba MANTENIMIENTO.
Entornó la puerta lo suficiente para ver el interior de forma segura, allí había alguien, pero no era ningún cazador. Era una mujer, una vampiresa encadenada y amordazada sobre una cama plegable. La conocía, era bastante más joven que él y era de los suyos, seguramente la tendrían ahí para torturarla y sacarle información, tenía varias quemaduras.
Aunque no le gustaba dejarla atada, ahí estaba más segura que en la calle si esos cazadores le mataban. Pero no sabía donde estaban, pero iba a asegurarse de que apareciesen.
Si Mahoma no va a la montaña… —pensó, y elevó el cañón hacia el techo y disparó dos veces, para después esconderse dentro de la sala de mantenimiento, haciendo un gesto a la muchacha para que guardara silencio. No tardó en oír los trotes de esos tipos al bajar las escaleras, y cuando supo que estaban pasando frente a la puerta, la abrió de un portazo y disparó, dándole a uno de los dos cazadores en plena espalda. El otro no tuvo tiempo de darse la vuelta antes de recibir su propia ración de metralla en el pecho, hiriéndolo de muerte.
Si han tardado tan poco… tienen que estar en el primer o segundo piso.
—¿Mac? ¿Javier?… —empezó a oír desde las escaleras, confirmándoselo. Después solo hubo silencio, seguido de nuevo por pasos, pero esta vez cautelosos. Estos que venían no eran novatos.
Él tampoco.
Uno de los cazadores iba por los pasillos del primer piso, a la cabeza de los otros dos que le cubrían, con las armas listas. Una a una fue revisando cada puerta, pero seguía sin encontrar nada. Las luces tintineando por los agotados generadores tampoco ayudaban, y casi se podía palpar la ansiedad.
Ya solo les quedaba una puerta, y cuando fue a abrirla, un ruido hizo que no llegase a tocar el pomo, y acto seguido recibió un tiro en el costado, derribándole. David estaba agachado, oculto por las escaleras que bajaban, y se vio obligado a levantarse y apretar el gatillo cuando su móvil empezó a sonar. Sin embargo no pudo disparar de nuevo, la munición se le había agotado en el peor momento. Los otros dos correspondieron al fuego con sus propias armas, pero David no hizo ningún amago de cubrirse. Al contrario, fue directo a ellos sin soltar el arma.
Dos, tres, cuatro flechas recibió en el torso hasta que llegó a su altura, y sin frenarse usó la escopeta como un garrote para golpear en el brazo al que tenía más cerca, desviando la ballesta y haciendo que disparase a su propio compañero en el costado. Ni siquiera le dio tiempo a gritar por el golpe cuando recibió otro en la cabeza, cayendo al suelo como un peso muerto cuando se oyó un crujido.
Las heridas le ardían, y le costó bastante el sacarse las flechas. Aun así, mientras lo hacía, vio que el tercero intentaba dispararle desde el suelo, pero ni siquiera pudo levantar el arma. Empezó a toser sangre por la boca Le dio algo de pena ver como se retorcía, herido seguramente en un pulmón, moriría de una forma nada agradable. No podía dejarle con vida, pero sí ahorrarle sufrimiento. Mientras usaba una de las ballestas se convenció de que lo que hacía era justificado, porque sino, serían ellos los que hiciesen una matanza.
Entonces cogió el teléfono, que no dejaba de sonar, era Jonathan, pero no iba a ponerse a hablar. No era ni el momento ni el lugar, así que solo dijo una cosa antes de cortar la llamada.
—Te llamo dentro de un rato.

—¡Coged lo que necesitéis YA! Nos vamos.
El jefe de la banda estaba nervioso. No era solo que el primer equipo no respondía a las llamadas, ahora quien fuese había evaporado a cinco o seis de sus hombres. Alguien había hablado, no había otra explicación. Si fue el equipo, seguramente estarían muertos.
Los dos que estaban con el en aquel piso daban vueltas por la casa en ruinas cogiendo lo más indispensable, sobre todo las armas, algunas también de fuego. Tenían que escapar, llegar al segundo refugio.
—Se acabó, vámonos ¡Ahora!
No les dio tiempo a más, y cargados con mochilas y bolsas a la espalda fueron hacia el recibidor. Pero entonces alguien empezó a tocar la puerta de la entrada.
—Os daré una oportunidad, marchaos de la…
No se lo pensaron dos veces, los tres al mismo tiempo desenfundaron y dispararon a la puerta, acribillándola hasta que se quedaron sin munición. De la puerta dejaron de saltar pedazos de madera, y mientras cambiaban los cargadores, se oyeron como los estertores de un moribundo en el rellano.
El jefe dijo a uno de los dos que fuese a comprobarlo, con cuidado de que no fuese una trampa. Se acercó receloso con la pistola bien sujeta en las manos, y abrió la puerta de golpe. Allí no veía a nadie.
Pero si había alguien.
David estaba a su izquierda, con las ballesta apuntando su cabeza, y apretó el gatillo, pero antes de que el cuerpo se desplomase cogió de su mano la pistola y la utilizó, apuntando al pasillo. Consiguió dar al jefe tres disparos en el pecho, y el otro se escabulló por la cocina.
—¡Hijo de puta! —le gritaba el último, mientras usaba la cobertura de la cocina para seguir disparando.
La puerta de la cocina tenía un cristal translucido del tamaño de una ventana, y estalló en pedazos cuando las balas dieron allí. Algunos cayeron encima del cazador, poniéndole aun más nervioso.
—Chico, esto no tiene por qué ser así.
—¡Estas muerto!
En medio del tiroteo, el cazador se quedó sin balas, aunque sabía como cambiar rápidamente el cargador. Sin embargo, esa fue la ventaja que necesitó David para llegar hasta él. De un manotazo le quitó el arma, le agarró del pelo e hizo que metiera la cabeza en el marco donde estaba el cristal, para luego dar un tirón hacia abajo, haciendo que se clavara en el cuello los trozos de cristal que no se habían desprendido.
—… Lo siento.
Según el soplón, solo eran trece, y contando a los cuatro de la furgoneta, no quedaba ninguno más. Tiró la pistola al suelo, por fin había terminado.
No pudo evitar dar un suspiro, pero no de alivio, sino de pesar. Esa noche había matado a más de diez personas, todo por culpa de unos fanáticos de la religión. De ser por él no habría muerto nadie, pero ellos no compartían esa opinión.
Sacó de nuevo el teléfono, ahora si podía hablar con Jonathan.
Menuda noche…
Pero no llegó a pulsar nada, algo se abalanzó sobre su espalda y lo tiró al suelo. Se maldijo en silencio por ser tan descuidado, ni siquiera sabía si había alguien más en la casa. Aun así, cambió de opinión cuando el desconocido le levantó y le empujó contra una pared, agarrándole de la pechera de la ropa, y así vio quien era, y lo que era.
El cazador jefe lo tenía contra la pared, mientras le rugía, mostrándole los colmillos. Entonces tiró de el y lo lanzó a un lado, haciéndole entrar en el comedor.
David se incorporó mientras ese cazador vampiro se le acercaba, extendiendo unas manos con garras de animal, con intención de usarlas pero no precisamente para acariciarle.
Esquivó dos zarpazos, uno a su cara y otro a su estómago. Un tercero sí le dio, rajándole la ropa desde la clavícula al costado y dejando varias manchas rojas. Cuando el cazador fue a darle un tercero, David lo paró agarrándole por la muñeca. Intentó atacar con el otro pero también lo sujetó, y para hacerle retroceder, David le dio una patada en el abdomen.
Después de ser obligado a dar unos pasos atrás intentó volver a adelantarse, pero David se le echó encima de la misma forma que hizo él, y empezó a golpearle, una y otra vez en la cara. Cuando por fin el cazador dejó de ofrecer resistencia notó que la mano le dolía.
Tiró de él para acercarle un poco más a su cara.
—Quién es tu jefe, ¡habla!
El cazador, con varios de sus dientes rotos y la boca sanguinolenta, hizo una mueca desagradable al empezar a reírse en su cara. No pudo evitarlo, y le dio un puñetazo más contundente, rompiendo también la baldosa bajo su cabeza. Después se levantó y fue a por una de las ballestas que había allí tirada, con tranquilidad. Iba a llevárselo de allí estacado.
Pero al darse la vuelta y apuntarle, se dio cuenta de que él también había cogido una de las pistolas y le apuntaba desde el suelo.
—Sabes que no te servirá, tírala.
El cazador volvió a reírse de la misma forma.
—… Al infierno.
Dejó de encañonarle, para apuntarse a si mismo bajo la mandíbula y disparó. David no pudo actuar a tiempo, y había perdido una prueba valiosa.
Tampoco pudo evitar al pasar a su lado el dar una patada al cuerpo inmóvil, y se metió en la cocina. No podía dejarlo todo ahí, tarde o temprano la gente se daría cuenta de que hay un montón de idiotas descomponiéndose en algún lugar del barrio. Por lo que cogió un par de botellas de alcohol y acelerantes y empezó a echarlos sobre los cuerpos y partes de la casa. Cuando terminó, cogió de su bolsillo un mechero y empezó a darle a la rueda…
—… El resto ya lo sabe, príncipe.
Baren escuchó y meditó cada uno de los hechos de la historia de David, con los dedos entrelazados. Dirigió una mirada a Jonathan, que continuaba erguido y con las manos cogidas por las muñecas.
—¿Y por qué no recurriste a mí desde un principio?  —preguntó el príncipe con evidente molestia por la independencia de David.
—No me habría creído.
Por un momento, no contestó, pues tuvo que admitir que en eso tenía razón. Pero eso no le permitía actuar por su cuenta de ese modo.
—Mucha gente ha podido morir en aquel incendio, David. Además, todo lo que me cuentas no parece muy creíble, y no me has dado ni una sola prueba.
—Mi señor… —empezó a decir Jonathan.
—¿Sí?
—En realidad, sí tenemos un par de testigos. Están esperando fuera.
Baren levantó levemente las cejas, sorprendido.
—Traedlos pues.
Su seguidor se dirigió a la puerta, la abrió y les invitó a pasar. Entonces entraron Carlos y la muchacha de mantenimiento, arrastrando tras de sí a dos desconocidos. Uno era el cazador que David dejó atado en la furgoneta y el que dejó inconsciente nada más llegar a la guarida. Baren no sabía que los tenían afuera de la sala, pero tenerlos delante significaba que la historia, pese a la poca confianza que tenía en David, era cierta.
Pero seguía sin aprobar su conducta.
Se levantó de su asiento, haciéndole un gesto para que también se levantara, y se puso delante de él.
—Quiero que esto quede claro, David. No tolero conductas de lobo solitario en mi ciudad. Aquí el más viejo es quien decide quién o qué es castigado por violar la ley. ¿Entendido?
David se esforzó por no contestar malamente, solo asintió con la cabeza. El Príncipe le imitó, y volvió a dirigirse a Jonathan.
—Son curiosas las compañías que frecuentas, Jonathan —él no respondió, y Baren miró un poco de reojo a David—. Hazme un favor y acompáñale a la salida.
—Mi señor —se despidió, al tiempo que se ponía a la par David y le escoltaba hasta la puerta. Pero Baren volvió a llamar la atención del anarquista.
—David.
Él le miró desde la puerta.
—¿Sí?
—Gracias.
Prefirió no contestar, solo cerró la puerta tras de sí. El Príncipe, por otra parte, se acercó al pequeño grupo de vampiros y cazadores que había en un rincón. Bajó la mirada, y les quitó la mordaza.
—Y vosotros ¿me contáis vuestra historia?
Un par de días más tarde, lejos de allí, alguien hablaba por teléfono en su escritorio, recibiendo malas noticias. El encargado de la operación “limpieza” y los pocos mortales reclutados bajo su mando fueron asesinados en una noche, y los únicos supervivientes compadecieron ante su principal enemigo antes de acompañarles.
—Sí… sí… lo has hecho bien. Mantenme informado.
Los dedos de su mano izquierda tamboreaban sobre la mesa. Normalmente algo así no le molestaba demasiado, pero no pudo ocurrir en peor momento.
Jacques cortó la llamada y dejó el teléfono en su cuna.
—¿Algún problema?
—No Dimitry, asuntos sin importancia.
—Para no tener importancia…
—Limítate a tu parte —le interrumpió—, y no me falles.
Era irritante, pero con todo, los anarquistas solo eran un obstáculo menor, algo secundario. Sobre su mesa tenía el objetivo más importante de su plan. Si no lo conseguía, quien sabe lo que sería del artefacto.
Era el titular de un periódico.

TABLILLA PREHISTORICA
¿DESCUBRIMIENTO O ESTAFA?

FIN